II DOMINGO DE CUARESMA
MARCOS 9, 1-9. 10-26
Jesús ha dejado aclarada su misión, les ha hablado con todo detalle: hacer presente el Reinado de Dios no es coser y cantar, al contrario, es padecer mucho y ser perseguido y apresado y calumniado y condenado y ajusticiado como malhechor y, aunque resulte paradójico, encontrar el sentido de la vida en este camino de servir a los hombres, sin más; y el que quiera seguirlo no tiene otra perspectiva que la de Jesús.
Pero se está tan a gusto en el Tabor, contemplando a Jesús Glorioso, transfigurado, en tertulia de iguales - no importa lo que se traigan entre manos- que tal situación merece encerrarla en tres tiendas para que dure, para que no se desgaste y estropee, para que no se contamine.
"¡QUÉ BIEN SE ESTÁ AQUÍ!
VAMOS A HACER TRES TIENDAS"
Tan temerosos estaban los tres íntimos de que aquella placentera situación se viniera a pique, que no se daban cuenta de su propia estupidez, por eso cuando volvieron en sí, zarandeados por la voz del Padre que señalaba directamente a Jesús como el predilecto al que únicamente deberían escuchar, sólo se encontraron a Jesús con ellos; lejos, el fulgor del Monte Santo.
En la llanura, donde hay que plantar la tienda para que estén a gusto todos, está la realidad a transformar: gente que discute, que espera, que desea ser arrancada del mal como por arte de magia, la angustia de un padre que pide por su hijo epiléptico, que el cree endemoniado…
“ESPIRITU MUDO Y SORDO,
TE ORDENO QUE SALGAS
Y NO VUELVAS A ENTRAR EN ÉL”
Jesús, previa la fe vacilante del padre, libera, levanta, pone en pié al muchacho, lo transfigura, cuando ordena que el “espíritu mudo y sordo”, ciego, atolondrado, encandilado, mezquino, insensato, se podría añadir, salga de sus discípulos que no saben interpretar lo que tienen delante, Él sí porque puso su tienda entre nosotros.
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