En este día dedicado a la memoria de todos los fieles difuntos, nuestro recuerdo se dirige especialmente hacia aquellos conocidos, amigos y familiares nuestros que han dejado este mundo. Su muerte quizás nos hace sentir con mayor hondura la precariedad de la vida presente y nos lleva a hacernos preguntas como éstas: ¿Dónde están nuestros difuntos? ¿Hacia dónde vamos nosotros, destinados también a la muerte? ¿Qué sentido tiene la muerte? ¿No será la muerte la última manifestación del "sin-sentido" de la vida? Este carácter absurdo y misterioso de la muerte, nosotros como cristianos sólo lo podemos iluminar con la fe, con la luz que surge de este doble acontecimiento: Jesús murió; Jesús resucitó.
Jesús, muriendo él mismo nos enseñó a morir y nos aclaró el sentido de la muerte. ¿Cómo no hacer un paralelismo entre la muerte de Cristo y la muerte de aquellos hermanos que hoy recordamos? Y este paralelismo tiene una razón profunda de ser, por cuanto deriva de una ley esencial de la fe cristiana: la muerte de Cristo está necesariamente vinculada a la muerte de todos y cada uno de los cristianos.
En primer lugar, en el plano de la ejemplaridad, puesto que la muerte de Cristo es el modelo supremo de la muerte cristiana. Y ello en dos aspectos principales: Cristo aceptó voluntariamente su muerte como prueba de obediencia amorosa a la voluntad del Padre; Cristo murió por los demás, por todos los hombres, como culminación de una vida totalmente entregada al servicio de los demás.
Y en segundo lugar, en el plano de la eficacia. Para nosotros, en efecto, la muerte de Cristo no es sólo un ejemplo, sino la causa real y eficaz de nuestra salvación.
-Nuestra esperanza: Jesús es "El que vive", ahora
Pero la historia de Jesús no acabó con la muerte. En aquel domingo, las mujeres que buscaban el cuerpo de Jesús, encontraron el sepulcro vacío: "Por qué buscáis entre los muertos al que vive". Aquel que murió y fue sepultado, recibe ahora el titulo significativo de "El que vive" (El Viviente), denominación que el Antiguo Testamento reservaba sólo para Dios.
-Nuestra esperanza: Jesús es "El que vive", ahora
Pero la historia de Jesús no acabó con la muerte. En aquel domingo, las mujeres que buscaban el cuerpo de Jesús, encontraron el sepulcro vacío: "Por qué buscáis entre los muertos al que vive". Aquel que murió y fue sepultado, recibe ahora el titulo significativo de "El que vive" (El Viviente), denominación que el Antiguo Testamento reservaba sólo para Dios.
Hoy que recordamos la muerte, y que quizás incluso nos acercamos personalmente a los sepulcros de los seres queridos que "nos han precedido en el signo de la fe y duermen el sueño de la paz", confesar que Jesús es "EL QUE VIVE", ahora y para siempre, es proclamar la noticia gozosa hasta sus últimas y más consoladoras consecuencias.
Proclamar que a la muerte de Jesús siguió su gloriosa resurrección es colocar el más sólido fundamento de nuestra esperanza cristiana.
-La muerte instrumento de vida y de victoria
Por el ejemplo de Cristo y por su fuerza, los cristianos podemos pasar por la muerte de un modo que transforma totalmente sus aspectos negativos.
Por el ejemplo de Cristo y por su fuerza, los cristianos podemos pasar por la muerte de un modo que transforma totalmente sus aspectos negativos.
Con todo, tengamos en cuenta que, para que sea así, hay unas condiciones indispensables. Recordémoslas: aceptar voluntariamente la muerte, en señal de obediencia amorosa al Padre: vivir siempre para los demás, como preludio de una muerte fecunda; creer que la muerte no es el fin, sino el principio de una vida totalmente liberada de cualquier esclavitud. Al fin y al cabo, uno muere tal como ha vivido. Si hacemos de nuestra existencia una continua expresión de amor a Dios y a los hombres, entonces nuestra muerte, como la de Cristo, será instrumento de vida y victoria.
Un numeroso grupo de médicos y moralistas cristianos, reunidos para estudiar el tema de "la verdad y la mentira en el mundo sanitario", lo reconocía: el mundo actual esconde la muerte, la convierte en silencio y renuncia a preparar al hombre para morir. Nosotros, cristianos, no podemos aceptar este juego. Nuestra fe nos debe dar el coraje de mirarla cara a cara e incluso de llamarla, como hacía san Francisco de Asís, "la hermana muerte". Los cristianos no tendríamos que temerla. Si vivimos, vivimos para el Señor; si morimos para El morimos. Y valoramos tanto la muerte de Cristo, que incluso la hacemos objeto de celebración festiva.
Cada Eucaristía proclama y reactualiza la muerte victoriosa del Señor. De modo especial, hoy incorporamos a nuestra celebración el recuerdo de la muerte de nuestros hermanos difuntos. Porque creemos que, vinculada a la de Jesús, también para ellos la muerte fue un acontecimiento de salvación. Que esta Eucaristía sea a un tiempo recuerdo eficaz de la muerte de Cristo y confesión gozosa de su resurrección, plegaria piadosa por todos los fieles difuntos y expresión de nuestra voluntad de vivir y de morir por el ejemplo y la fuerza de Jesús.
1 comentario:
Señor Jesús, enséñanos a vivir siempre entregados, como tú, entregados a los demás y al tanto siempre de lo que Dios quiere de nosotros.
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