viernes, 29 de enero de 2010

ENCIENDE UNA VELA POR HAITÍ

Haití: una tragedia perenne.
 
Lo que se requiere es que esta sea la ocasión para que los que comen tres veces al día se ocupen de los que tienen hambre.

El terremoto que recién devastó a Haití, llevó a los comunicadores y por su medio al mundo entero de asombro en asombro. Un número muy alto e indeterminado de muertos, más la destrucción de la mayor parte de las edificaciones del país y de su estructura productiva, el hambre, la sed y los heridos han pasmado al mundo.

La tragedia producto del terremoto y sus réplicas, ha volcado la ayuda de naciones, organismos y personas preocupadas para remediar la angustiosa situación de los habitantes de Haití. Sin embargo, la insuficiencia de medios hace que la ayuda en alimentos, agua potable, medicinas y otras cosas no pueda ser recibida o distribuida como se requiere. Pero la insuficiencia ya existía.

Las diversas trabas para hacer llegar la ayuda al país y distribuirla no es solamente resultado del terremoto. Haití vive perennemente en estado de tragedia. La infraestructura ya era deficiente antes del sismo: Haití carecía casi de todo y esta es una historia de larga trayectoria. Sin embargo “nadie” estaba enterado.

Es muy grave que apenas estos días, como resultado del terremoto devastador y mortífero, el mundo “descubra” la tragedia perenne de esta pobrísima nación. Los conductores de radio y televisión, así como la prensa escrita, han dado a conocer información existente pero arrumbada sobre la extrema pobreza y atraso de todo tipo en Haití. Digamos que descubren el hilo negro, o el agua caliente.

Haití siempre estuvo allí, con su casi total subdesarrollo, sus incapacidades gubernamentales, sus dictaduras, su hambre, su insalubridad, su falta de empleo, su analfabetismo, su pérdida a gran escala de tierras cultivables y bosques. Sin embargo, con gran asombro, los comunicadores, como dije, y por su medio el mundo, apenas se asoman a esa tragedia permanente de Haití.

Esta es la gran tragedia, no haitiana, sino del mundo desarrollado, ese que vive con todo lo necesario y sobrantes. La tragedia es la gravísima insensibilidad y desinterés por las necesidades de países enteros o regiones que mueren de hambre, insalubridad elemental y enfermedades curables.

Por eso los problemas para hacer llegar ayuda y distribuirla, han abierto el expediente Haití con todas sus limitaciones pre-terremoto. La miseria haitiana había pasado desapercibida, y esta nación sólo se volvía noticia ante sus recurrentes crisis gubernamentales, con una democracia de mentiras.

Igualmente pasa con las miserables naciones africanas en estado de guerras intestinas, con los genocidios tribales, su alta mortandad por hambre y la inexistente atención médica elemental. Al mundo “civilizado” no le interesa este asunto, ni la miseria haitiana ni los millones de muertos por hambre cotidiana.

Sí, la tragedia no es la de Haití u otras naciones, esta volverá por causas naturales sísmicas o de origen climático, como huracanes o marejadas, fríos o calores intensos o grandes sequías. La tragedia es la insensibilidad de los gobiernos y las poblaciones civiles que viven en la abundancia ante la miseria de millones de personas abandonadas a su suerte.

Dios creó el universo con sus leyes naturales, esas que por millones de años han ido modificando la materia de astros y planetas, como el nuestro. La tierra está aún en evolución y con ajustes estructurales en su superficie; es decir que seguirá habiendo sismos de diverso grado, especialmente en zonas sísmicas.

Así, en procesos naturales milenarios, el terremoto en Haití es parte de de ellos. Dios no ha provocado, pensamos, un especial sacudimiento telúrico para que murieran miles de personas y se hiciera polvo el patrimonio misérrimo de un país miserable; sólo permitió que sucediera, como en otros desastres naturales.

Sin embargo, con esta destrucción y muerte en el pobre Haití, Dios nos abre los ojos a una tragedia que no es de estos días, sino de un estado permanente de pobreza y subdesarrollo de una pequeña nación americana.

Esta es la oportunidad, este es el mensaje del Señor, que como ciudadanos del mundo, miremos la miseria, la desorganización, la hambruna y la insalubridad en donde no hemos querido voltear la mirada, para sentirse a gusto en el diario confort. Los miserables están allí, dice el Señor, siempre han estado allí, pero a ustedes no les han importado. ¡Ocúpense de ellos desde ahora!

Pero Dios no quiere que la tristeza provocada por las imágenes televisivas y las notas de prensa ante la crisis aguda se quede en enviar alimentos, medicinas y dinero para sortear una situación angustiosa de momento. No, lo que se requiere es que esta sea la ocasión para que los que comen tres veces al día se ocupen de los que tienen hambre, como dijo hace tiempo el presidente brasileño Lula.

Si a partir de esta desesperante falta de agua, alimento, medicinas y techo que sufre Haití estas semanas, no se organiza el mundo rico o clasemediero para ayudarle a superar su estado de miseria en forma permanente, habrá triunfado de nuevo el egoísmo sobre la solidaridad más elemental.

Si algo podemos hacer, personal o institucionalmente, hagámoslo; pero al menos, quienes sí estamos preocupados por la miseria injusta, por el atraso estructural de países y regiones, pidamos al Señor que mueva los corazones egoístas, no sólo de momento, sino permanentemente, para ayudarles a superar su pobreza.

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