La Razón
Jesús Fonseca12/11/08
No sé si hemos reparado suficientemente en ello: «Gracias. ¡Que Dios os bendiga! Y ¡que Dios bendiga a los Estados Unidos!». Lo recuerdan, ¿verdad? Así terminaba su primera intervención pública Barack Obama, hoy hace ocho días, tras ganar las elecciones. Ante él, jóvenes y ancianos; ricos y pobres; demócratas y republicanos; negros, blancos, hispanos, indígenas. El mensaje era para todos. Y todos aplaudieron. Y... «a quienes nos dicen que no podemos, contestaremos con ese credo eterno que resume el espíritu de un pueblo: Sí podemos», insistía Obama. Con la mayor naturalidad, el que dentro de unos días será presidente de la mayor potencia de la tierra acaba su discurso con una profesión de fe.
Aunque altamente improbable, ¿se imaginan que un candidato español se atreviera a acabar su comparecencia de la noche electoral con un: ¡Que Dios os bendiga! Y ¡que Dios bendiga a España!? ¡Pobrecito! Se le exigirían responsabilidades y hasta obligaría a pedir perdón, por el delito de ser un hombre de fe y atreverse a hacerlo público. Pero Obama lo puede hacer porque la fe, es decir, la fortuna de creer, forma parte de la médula misma de la convivencia civil de los norteamericanos, mientras que, en España, hemos pasado del nacional catolicismo, a convertir la libertad religiosa en un problema político. Algo que está llevando al ocultamiento y la negación de Dios. El mejor modo de perder todas las referencias y todos los caminos. De que nuestras verdades se cuarteen y agrieten. De navegar a ciegas. Por suerte para todos, Obama lo tiene claro: «¡Que Dios os bendiga!», que es como confesar sin miedo que es la fe la que da la certidumbre para ser justos. Para crecer, progresar y ser libres.